El uso de collares eléctricos en perros plantea un riesgo para el bienestar de los animales y, en última instancia, para la salud pública, cuando tal uso deriva en mordeduras a personas. Por ello, y por las razones que a continuación se exponen, el Grupo de Medicina del Comportamiento (GEMCA) de AVEPA no recomienda su uso en animales, bajo ningún pretexto.
A continuación, se detallan los problemas y riesgos asociados al uso de collares electrónicos en animales.
1. Problemas relativos a la magnitud apropiada del impulso eléctrico
La elección del nivel adecuado de estimulación eléctrica suficiente para conseguir el efecto deseado, pero no excesivo, es complicada y depende de varios factores:
- Usos posibles del dispositivo: la intensidad de la descarga puede variar enormemente (de cientos hasta miles de veces), dependiendo de si esta se aplica de forma puntual o, como recomiendan la mayoría de fabricantes, de manera mantenida, y de si se utiliza el nivel más bajo o el más alto del dispositivo (Lines et al, 2013).
- Resistencia de la piel: las variaciones en la resistencia que opone la piel al paso de corriente eléctrica, en función de la raza y la condición corporal, así como de la humedad de la piel, pueden suponer grandes oscilaciones en la cantidad de energía liberada sobre el animal (Lines et al, 2013).
- Sensibilidad del animal: existe una sensibilidad variable según los individuos. Así, por ejemplo, en un estudio se observó que un subgrupo de los animales entrenados con descargas eléctricas mostró indicadores de estrés de manera más intensa que el resto de animales (DEFRA AW1402a, 2013; Cooper et al, 2014).
- Elección del nivel de descarga: la elección del nivel adecuado de estimulación se realiza de forma empírica con cada animal, en función de sus reacciones conductuales y posturales. Un tercio de los propietarios participantes en un estudio reportaron que su perro aulló la primera vez que probaron el estímulo. El 6% había aplicado el primer estímulo al nivel más alto del dispositivo (DEFRA AW1402, 2013). Por otra parte, determinadas circunstancias pueden favorecer el uso del estímulo eléctrico a una intensidad más elevada de la necesaria, por ejemplo, cuando se hace un uso poco racional por parte de propietarios enfadados o frustrados, o cuando se aplica en animales que están muy excitados que ignoran los niveles utilizados habitualmente.
2. Problemas con la aplicación del estímulo eléctrico
El estímulo debe ser aplicado en el momento adecuado para que exista oportunidad de que el animal lo asocie con su conducta. De no hacerse así, puede asociarlo con otras conductas que no son el objetivo de la terapia o con cualesquiera otros elementos del ambiente, ya sean características del entorno, personas presentes, etc. Este riesgo de asociaciones indeseables existe en cualquier caso y compromete el bienestar del animal, generándole estrés y ansiedad frente a elementos originariamente neutros, como el cuidador o el entorno del entrenamiento (Schilder et al, 2004). El efecto de estas asociaciones negativas puede permanecer a largo plazo (DEFRA AW1402a, 2013).
El bienestar del animal también puede verse seriamente comprometido simplemente si se varía la aplicación de la descarga en distintos momentos de la secuencia de conducta a suprimir (Schalke et al, 2005 y 2007). Finalmente, cabe decir que una aplicación inadecuada que haga que el animal no tenga ningún control sobre lo que está pasando puede generar indefensión aprendida, una condición que también daña gravemente el bienestar, por la cual el animal inhibe todas sus conductas, ante la imposibilidad de escapar de una situación aversiva. Esto puede suceder ante una única aplicación de shock (Seligman y Maier, 1967).
3. Problemas relacionados con la seguridad de las personas y de otros animales
Debido a su potencial para causar dolor, los estímulos eléctricos pueden desencadenar reacciones de agresividad, tal y como se ha documentado en diversas especies (descrito en Blackwell y Casey, 2006), las cuales se magnifican si el animal ya está inmerso en un conflicto o interacción agonística con otros individuos. Además, con toda probabilidad aumentará la aversión que el animal ya siente hacia el estímulo que desencadena la agresividad, facilitando un empeoramiento del problema y, por tanto, del riesgo de mordedura.
Por último, se debe mencionar que el hecho de aplicar descargas para castigar señales de aviso de la agresividad (gruñir, enseñar los dientes, etc.), puede llegar a suprimir las mismas, con lo que el animal pasaría a atacar sin previo aviso, aumentando su peligrosidad.
4. Riesgos para la salud del animal portador del collar
El principal riesgo para la salud del perro es la necrosis por presión en la piel del cuello ya que, para que el dispositivo pueda funcionar, los bornes metálicos deben estar en contacto estrecho con la piel y, por lo tanto, el collar se ajusta apretadamente contra el cuello del animal. Además, existe el riesgo de malfuncionamiento de los dispositivos, que podría llevar a lesiones causadas por la electricidad. En un estudio, de hecho, se encontraron fallos en 2 de los 21 dispositivos examinados (Lines et al 2013).
Ya sea por su colocación en contacto estrecho o por fallos en un dispositivo, en un estudio basado en cuestionarios a propietarios, un 7% de los animales en los que se había utilizado un collar eléctrico presentaron heridas relacionadas con el mismo (Masson et al, 2018).
5. Problemas relacionados con su utilización para el entrenamiento en obediencia
En la mayoría de los manuales de instrucciones se recomienda enseñar los ejercicios al animal utilizando el impulso eléctrico de forma mantenida, de tal manera que este se detiene cuando el perro inicia la conducta requerida. Esta técnica, conocida como refuerzo negativo, es la que emplea más electricidad sobre el animal.
Enseñar nuevas conductas mediante el uso de aversivos como las descargas eléctricas es menos apropiado que enseñarlas mediante el uso de premios, además de innecesario. Aunque el resultado pueda ser aparentemente el mismo, en el primer caso el perro realiza la conducta que se le pide como manera de evitar algo que le desagrada y, en el segundo, el perro realiza voluntariamente la conducta en cuestión para conseguir cosas que le gustan. El estado emocional, la relación con el propietario y la actitud ante las sesiones de entrenamiento será muy diferente en ambos casos (Schilder & van der Borg, 2004). Dos estudios recientes, de hecho, sugieren que los animales educados con técnicas aversivas, (incluyendo, entre otras, los collares eléctricos), muestran un sesgo cognitivo pesimista -es decir, una tendencia a esperar resultados desfavorables-, lo que se relaciona con un peor estado de ánimo general, comparados con aquellos animales educados con refuerzo positivo (Vieira de Castro et al, 2020; Casey et al, 2021).
6. Problemas relativos a su utilización en problemas de conducta
Según un estudio, la mayoría de los propietarios declararon usar los collares eléctricos mayormente para solucionar problemas de conducta (DEFRA AW1402, 2013). Sin embargo, los collares eléctricos no se recomiendan para el tratamiento de problemas de comportamiento porque no toman en consideración la causa del problema o la motivación tras el mismo, ni tratan de modificarla. Así, el problema puede empeorar, quedar enmascarado o terminar por expresarse de otra manera.
Los collares eléctricos están especialmente contraindicados en los problemas de conducta que tengan que ver con la ansiedad, el miedo o la frustración, por el peligro de que se intensifiquen estos estados emocionales y empeore el problema. Igualmente, están contraindicados en problemas relacionados con la agresividad, debido al riesgo de que aumente la aversión que el perro ya siente ante lo que la origina, con los riesgos para la seguridad ya mencionados.
7. Problemas derivados de su utilización como sistemas de contención o vallas invisibles
Los collares eléctricos asociados a vallas invisibles son llevados por los animales sin supervisión durante largos periodos de tiempo. Estos dispositivos no impiden la entrada de otros animales o personas o que el animal pueda escaparse en situaciones de elevada excitación (en cuyo caso no podrá regresar sin recibir una descarga). Además, como ya se ha comentado, pueden generarse asociaciones indeseables entre, por ejemplo, la descarga y los transeúntes que pasan por los alrededores o la salida al jardín. El riesgo para la seguridad hacia las personas con el uso de estos dispositivos se evidencia en un estudio que recoge cinco casos de ataques graves a personas (Polsky, 2000).
8. Problemas relativos a su uso por particulares
Las probabilidades de uso inapropiado por parte de los propietarios sin el conocimiento de los riesgos asociados a estos dispositivos ni de las situaciones en las que están especialmente contraindicados, así como la falta de habilidad para aplicar el estímulo eléctrico al nivel adecuado y de la manera correcta, son enormes. Según las encuestas, existen indicios de que los particulares ignoran o malinterpretan las instrucciones de uso de los collares eléctricos de manera sistemática (DEFRA AW1402, 2013).
9. Comentario sobre el uso por profesionales
Los defensores de estos dispositivos alegan que su uso es completamente seguro y humanitario cuando son utilizados por profesionales competentes. Sin embargo, incluso en las condiciones más benignas, se ha observado la elevación de marcadores de estrés en animales entrenados por profesionales especializados en el uso de los collares eléctricos (DEFRA AW1402a, 2013; Cooper et al, 2014).
10.- La falacia sobre su mayor efectividad
Muchas personas piensan que los collares eléctricos son la única opción de tratamiento cuando se trata de un problema de comportamiento grave, que pone en peligro la vida del animal o la de otros. Sin embargo, no existen datos que apoyen esta creencia. Los estudios realizados hasta la fecha, bien basados en encuestas a propietarios o en la observación directa, revelan que el entrenamiento basado en el refuerzo positivo no sólo es igual de efectivo que aquél donde se hace uso de aversivos como el collar eléctrico, sino que, además, podría ser más eficaz (Blackwell et al, 2012; DEFRA AW1402, 2013; DEFRA AW1402a, 2013; Cooper et al, 2014; Arnott et al, 2014).
Esto se evidencia en un estudio reciente en el que se realizó el análisis en video de las sesiones de entrenamiento de 3 grupos de animales: uno entrenado con collar eléctrico por educadores especializados en la técnica, otro entrenado sin collar eléctrico pero por esos mismos educadores (usando premios y presión/tirones de correa), y el último entrenado con refuerzo positivo exclusivamente por educadores especializados en la educación en positivo. Se encontró que el grupo entrenado exclusivamente con refuerzo positivo llevó a cabo un mejor cumplimiento de los ejercicios practicados (la llamada y el sentado, en presencia de distracciones como ovejas u otros perros) al primer intento y presentó una menor latencia en la iniciación de la respuesta solicitada (China et al, 2020).
Conclusión
El coste en cuanto a pérdida de bienestar animal es demasiado elevado como para poder justificar el uso de collares eléctricos, dado que existen alternativas que son igual o más efectivas e inofensivas para el animal y su propietario. Además de los riesgos que conlleva su utilización bajo los parámetros recomendados por los fabricantes, su mal uso o abuso resulta demasiado probable. Por lo tanto, GEMCA siempre recomienda evitar el uso de collares eléctricos y utilizar en su lugar el adiestramiento basado en la recompensa.
Referencias
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DEFRA AW1402a (2013) Studies to assess the effect of pet training aids, specifically remote static pulse systems, on the welfare of domestic dogs; field study of dogs in training. Final report prepared by Prof. Jonathan Cooper, Dr. Nina Cracknell, Jessica Hardiman and Prof. Daniel Mills (University of Lincoln).
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